Después de consultar unos periódicos en la Hemeroteca, he caminado hacia la calle Churruca, en cuyo número 15 se encuentra el piso donde residió durante gran parte de su vida (1917-1947) el poeta decadente Manuel Machado. Pero Machado no solo se define como poeta: también cultivó la prosa y ocupó cargos de responsabilidad, como el de director del Museo Municipal de Madrid y de la Hemeroteca, de la que por cierto este mes se conmemora el centenario de su inauguración. He pulsado el timbre del 1.º A-izquierda. Evidentemente, no esperaba ninguna voz de ultratumba, solo un inquilino que me permitiera entrar y visitar la finca —ambas empresas, en cualquier caso, ingenuas—. Ha dado la casualidad de que salía un vecino y, en esas, he aprovechado para pasar al portal, diáfano y decorado con azulejos. Al fondo, un patio en el que se escuchaba cantar a una muchacha, acaso reminiscencia de aquellas coplas que don Manuel entregó al pueblo. Las escaleras de madera, en las que un paso era un crujido, seguramente sean las originales. La barandilla, pintada de rojo, testigo de las innumerables veces que habrá subido y bajado, para asistir a alguna tertulia, para dar un paseo con Eulalia Cáceres o para cualquier otro menester. Roja es también la puerta de madera del piso, frente a la que me he detenido brevemente esperando la posibilidad de que volviera a salir alguien. Y me he sentido como una tarde del otoño viejo, de saudades sin nombre, ante la inmensidad de la obra de quien ha sufrido la losa de la etiqueta reduccionista y la comparación constante con respecto a otro. Es hora de abrir esa puerta.
Ya has empezado a abrir esas puertas Sofia.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hemos!!
Me gustaMe gusta